«La Divina Misericordia en mi alma», con comentario Sufrimiento y desprecio.
538 Entre ellas no se dividirán en ningunos coros ni en ningunas Madres, ni mamitas, [197], ni reverendas, ni reverendísimas, sino que todas serán iguales entre ellas, aunque hubiera una gran diferencia en su origen. Sabemos quien era Jesús y como se humilló y con quienes se relacionaba. Llevarán un hábito como el que Él llevaba durante la Pasión, pero no solamente la vestidura, (14) sino que tienen que imprimir en sí las señales con las cuales Él fue distinguido y éstas son: el sufrimiento y el desprecio. Cada una tenderá a negarse a sí misma en grado máximo y a amar la humildad, y la que más se distinga en esta virtud, será idónea a presidir a las demás. Comentario:
Sor Faustina dice cómo deberán ser las religiosas de esta orden de la Misericordia, y no es más que lo que todo buen cristiano debe ser: humilde y mortificado. Porque para seguir al Señor no hace falta tener muchas luces de sabiduría e inteligencia humana, basta con la buena voluntad y amor a la cruz. Este amor a la cruz lo vamos teniendo de a poco, cuando nos damos cuenta de que a los hermanos se los salva con la oración y con el sufrimiento, entonces es allí cuando comenzamos a apreciar el valor del sufrimiento y empezamos a hacer pequeños sacrificios y renuncias por la salvación de nuestros prójimos y de todo el mundo.
Nosotros, los Apóstoles de la Misericordia, tenemos que distinguirnos por la prontitud en el ofrecer sacrificios a Dios y aceptar los sufrimientos que nos vengan de su mano, porque es así como se salvan almas, y es así como se obtiene la misericordia de Dios para los hombres, entonces nos convertimos en instrumentos de la Divina Misericordia para el mundo tan necesitado de ella.
Jesús, en Vos confío.